Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL


1225
Legislatura: 1887-1888 (Cortes de 1886 a 1890)
Sesión: 10 de febrero de 1888
Cámara: Congreso de los diputados
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Romero Robledo
Número y páginas del Diario de Sesiones: 48, 1201-1202
Tema: Rumores sobre la ausencia de Madrid de S.M. la Reina D.ª Isabel II y S.A. el Duque de Montpensier

Al Sr. Romero Robledo le pasa algo extraordinario y grave, porque las cuestiones que trae al debate, el carácter que les atribuye y la manera que tiene de exponerlas, revelan en S.S. un estado verdaderamente alarmante, que debe poner en cuidado a sus amigos y correligionarios. (Risas).

Porque ¿quién tiene la culpa de todo eso que S.S. llama intrigas y misterios, sino S.S. mismo por haber provocado aquí una cuestión que nadie más que S.S. ha suscitado? Pues qué, ¿le parece a S.S. patriótico haber traído al debate cosas, nombres y personas que en todas partes se procura con exquisito cuidado tener separados de toda discusión? A S.S., monárquico, Ministro que ha sido y que pretende volver a serlo, aun cuando los caminos que sigue sean los más contrarios al efecto, ¿le parece prudente arrojar a la ardiente arena de los debates políticos cuestiones y cosas que se rozan con los asuntos interiores de la Familia Real? Semejante conducta en un hombre monárquico como S.S., varias veces Ministro, y por consiguiente, a quien se ha de suponer la discreción que da la experiencia en el ejercicio de los altos puestos desempeñados; semejante conducta, repito, sólo me parece comprensible en quien es presa de alguna alucinación o víctima de algo más grave y de mayor cuidado. (Aprobación)

Nada tiene que ver el Gobierno con las intrigas y misterios a que S.S. ha hecho referencia, y de los que, si no hubiera sido por S.S., no se habría hablado aquí una sola palabra. Cúlpese, pues, S.S. a sí mismo de esos misterios y de esas intrigas, como también de la relación que tengan con S.S. o con la fracción a que pertenece, porque yo no conozco a nadie que haya ligado semejantes misterios con esa fracción, a nadie más que a S.S. mismo. (Muy bien).

Pero sea de ello lo que quiera, por más esfuerzos que haga S.S., no podrá demostrar que el Gobierno haya tomado ningún acuerdo ni adoptado medida alguna en virtud de la cual haya tenido que abandonar la corte S. M. la Reina Doña Isabel y no pueda venir a España el Sr. Duque de Montpensier. El Gobierno, ni ha quebrantando precepto alguno legal, ni ha mermado en poco, en mucho, ni en nada, los derechos que como ciudadanos pueden tener los individuos de la Familia Real, que es, en todo caso, lo único que debería ser objeto de reclamaciones y protestas ante las Cortes. El Gobierno, y respecto de esto ya ha contestado hace días perfectamente el Sr. Ministro de la Gobernación, no ha tomado resolución alguna ni relativamente a la excelsa señora la Reina Doña Isabel, ni tampoco con relación a S. A. el Duque de Montpensier, ni en suma, respecto a ningún individuo de la Casa Real; no ha adoptado ninguna medida; no porque el Gobierno desconozca que pudiera haber casos en que su intervención fuera necesaria, sino porque ésta no ha hecho falta; muy lejos de eso, todos los individuos de la Real Familia observan una conducta correctísima, y han dado hasta ahora muchas pruebas, y espero que las sigan dando, de la más leal adhesión y del mayor cariño a S. M. la Reina Regente. No ha adoptado, pues, el Gobierno medidas de ninguna clase, porque no las ha creído necesarias; que si necesario lo creyera, entonces las adoptaría con resolución y sin reserva alguna. (Muy bien).

Aparte de los deberes que tengan como ciudadanos los individuos de la Familia Real, tienen también otros especiales que les impone su alta jerarquía, posprivilegios de que gozan, las preeminencias de que disfrutan, y deben, por lo mismo, más respeto al Jefe [1201] supremo de la Familia; y dentro de la esfera de estos deberes, un Gobierno no se puede cruzar de brazos, porque también el Gobierno puede tener su misión que cumplir, y la cumpliría si fuera necesario. Pero para mejor cumplirla, Sres. Diputados, el jefe de todo Gabinete tiene, y no puede menos de sostener, relaciones confidenciales y particulares con los individuos de la Familia Real; y dentro de esas relaciones particulares y confidenciales caben perfectamente las indicaciones, los consejos, las advertencias, sin que mientras esas advertencias, esos consejos y esas indicaciones traspasen los límites de la esfera particular y confidencial, tenga nadie derecho a intervenir en ello. (Muy bien).

De manera, y quiero que esto quede bien sentado, que dentro de la esfera de esas relaciones íntimas, confidenciales y personales, todo jefe de Gabinete tiene derecho de hacer a los individuos de la Familia Real las advertencias y las indicaciones y de dirigirles los consejos que estime oportunos, sin faltar a ninguna consideración, y antes bien dentro de su deber y en uso, como he dicho, de su derecho, así como el individuo de la Familia Real a quien sean dirigidos esos consejos, esas indicaciones o esas advertencias, tiene a su vez el derecho de aceptarlos o no, sin que en esto tengan que ver, bajo concepto alguno, el Sr. Romero Robledo, ni absolutamente nadie.

Con esto podría dar por contestada la pregunta del Sr. Romero Robledo; pero no quiero limitar a esto mi respuesta; primero, porque no me duelen prendas, y después, porque cuando se procede noble y lealmente, como yo he procedido, lo mejor es decir la verdad, y la verdad es que yo, en la esfera de esas relaciones confidenciales y particulares que mantengo con todos los individuos de la Familia Real, me he permitido hacer al Sr. Duque de Montpensier algunas indicaciones relativamente a su viaje a España en estos momentos. ¿Por qué se las he hecho? ¿Ha sido por intereses mezquinos de partido, por temor a complicaciones interiores, por temor, mucho menos, a las intrigas y a los misterios a que se ha referido S.S.? ¡Ah, no! Eso me tiene completamente sin cuidado, y para dicha de España, debe tener sin cuidado también a todos los españoles; en primer lugar, porque en los tiempos que corren, abrigo la convicción profunda de que nadie hay tan insensato que pretenda resucitar intrigas y misterios de épocas de triste recordación; en segundo, porque si hubiera alguno tan insensato que tratara de resucitar eso, bien puede España estar convencida de que se estrellaría ese intento ante la corrección y ante la lealtad con que la Reina Regente desempeña sus deberes constitucionales. (Muy bien. Aplausos).

Para honra de la Monarquía, y profunda de España, hace tiempo que pasó la época de las camarillas, y los individuos de la Familia Real, como los servidores de Palacio, se limitan a observar estrictamente sus deberes, que en lo que tiene relación con la política y con los asuntos del Estado, consisten en oír, ver y callar, y no hacen más que todo aquello que resulta en provecho y en prestigio de su Señor. Para lo demás, están los Ministros como consejeros responsables, está el Parlamento, está la opinión pública, está la prensa, están los hombres políticos, que sin excepción de partido tienen siempre abiertas de par en par las puertas del Regio Alcázar. (Muy bien)

No; en ese punto estamos perfectamente tranquilos, porque ya el poder no se alcanza por caminos tortuosos; no hay otro camino que el Parlamento, que la opinión pública y la conciencia de la Reina para ejercer su libérrima prerrogativa conforme lo entienda mejor para los intereses de la Nación.

Tranquilícese, pues, el Sr. Romero Robledo, que ni respecto al grupo que milita; ni respecto a los demás, tiene el Gobierno cuidado ninguno de que por ese camino puedan alcanzar el poder; y por consiguiente, crea que el Gobierno jamás ha enlazado las intrigas y los misterios de que se ha hablado, y que S.S. es el que tiene la culpa de que aquí se haya oído, con los procedimientos, con la marcha, con los propósitos y con las tendencias que el grupo a que pertenece pueda seguir.

Intereses más altos, consideraciones de mayor importancia, deberes siempre delicados, y más delicados hoy que nunca; casuales coincidencias que pudieron contribuir a dar carácter aparente de verosimilitud a eso mismo a que S.S. ha aludido, y a rumores absurdos y a fábulas fantásticas, es lo que me hizo a mí sospechar que sería conveniente que yo me dirigiera al Sr. Duque de Montpensier; exclusivamente por mi cuenta, sin conocimiento de nadie, sin la intervención de nadie, haciéndole algunas consideraciones que creía yo oportunas al respecto de su viaje a España. ¿Cómo S.S. ha sabido eso? ¿Por qué se ha sabido? ¿Por quién? ¿Con qué objeto se ha hecho saber? Yo no lo sé, ni me importa; lo único que a mí me interesa que se sepa es que yo no se lo he dicho a nadie, ni a mis dignos compañeros, ni a quien tenía verdaderamente derecho para saberlo. Pero de cualquier modo, las consideraciones están hechas; S. A. el Infante Sr. Duque de Montpensier está en su derecho aceptándolas o no aceptándolas; a mí me basta con habérselas hecho; que en último resultado, si las dificultades que yo he querido evitar ocurrieran, entonces, no ya el Presidente del Consejo de Ministros con carácter confidencial y reservado, sino el Gobierno oficialmente, cumplirá con su deber. (Muy bien).

Y como comprenderá el Sr. Romero Robledo que no son cosas éstas para traerlas al debate, por lo menos por las insignes personas que en ellas figuran, yo no digo ni una palabra más, y me alegraré haber satisfecho por completo los deseos de S.S. (Aplausos). [1202]



VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL